Si previo a llegar te cuestionan ‘para qué vas’ y estando allí te cuestionan ‘qué haces aquí’, sabes que has llegado a un lugar diferente en un tiempo especial.
Llegar a
la Gran Caracas representó para mí una parada personal de asuntos por
dilucidar con amores ocultos y giros humanos que bien podrían servir
para un guión de telenovela venezolana. Ni Diego de Lira, el pasado rey
de las promociones de WAPA TV, tendría que invocar mucho de su ingenio
para competir por el rating. Pero eso será, en su momento, otro
texto. Lo importante fue llegar tras conseguir una complicada visa
turística (“Es la política de la reciprocidad”, me explicarían luego) y
perder el vuelo de Nochebuena.
Al
mediodía del día de Navidad, junto a María de las Mercedes, tocaría
suelo venezolano. Una gigante terminal virtualmente desocupada ya
anunciaba el aislamiento que se agudiza de afuera para adentro y de
adentro para fuera. Venezuela está en guerra. La confrontación e
intervención política reina en una sociedad en transición con polos bien
definidos entre chavistas y escuálidos.
Con el
paso de los años, la pobreza disminuye mientras los ricos ya no son la
clase privilegiada y de exclusiva protección. En esta marea, la antes
meca suramericana del turismo desapareció, al menos por lo pronto, y la
riqueza del petróleo ya no está al servicio exclusivo de una minoría
privilegiada. Por otro lado, la democracia electoral, con un sistema de
votación electrónico incluyendo huella digital para prevenir el fraude,
se instauró para garantizar el reclamo popular. Y ese reclamo
consecuentemente idealiza a una figura cuyo nombre sustituye al esperado
de un ideal. Somos chavistas -como los cristianos a Cristo- afirman y
reafirman muchos. El Nuevo Testamento es la Constituyente, donde se
esbozan los derechos y las responsabilidades. Ahora hasta el más pobre
los conoce y los reclama, un paso de avance.
Por su
parte, los escuálidos o la oposición son como una especie de derecha
clasista que no vive feliz en una democracia que no los elige a ellos
para gobernar a favor de sus intereses. Y es que los pobres son más y
ganan las elecciones sobre los más pudientes que insisten en acaparar la
riqueza venezolana. La oposición no parece presentar propuestas ni
reformas, sólo plantea derrocar al Estado. No hablan del acceso a la
educación, ni a la salud o a la vivienda digna. En su lugar, organizan y
subsidian güarimbas callejeras (escaramuzas y violencia) para
desestabilizar el País. Pero esta estrategia también parece fracasada,
no sin antes costar numerosas bajas: puentes dinamitados, sabotaje de
servicios, conflictos entre vecinos, soldados, policías y ciudadanos
quemados o asesinados al igual que cientos de modernos autobuses y
camiones de mantenimiento eléctrico. Recordar acá en Puerto Rico el
pasado 1ro de mayo, cuando una masa muy enojada por el robo público
rompió ‘cuatro’ cristales en la zona bancaria trae a la vista la enorme
hipocresía e inconsistencia analítica, la manipulación y puritanismo
mediático, político y social de los que somos víctimas.
En
Caracas, no pisamos cuarto de hotel. La visita tenía incluida una
habitación en la casa de Yoaní y Diego. Con su gentileza, vivimos,
conocimos, investigamos un pasado y sufrimos la realidad actual. Creo
que si fueran ellos los que nos visitaran en Puerto Rico, podrían decir
las mismas cosas: “¡Pero Diego, cuidado con los hoyos!”, advertía Yoa a
cada vuelta. Qué dirían si manejaran por nuestras carreteras en Puerto
Rico, me decía calibrando la hipérbole de su lamentación. Las colas para
sacar ‘reales’ de máquinas ATH estériles era pan nuestro de cada día
como acá tras el paso del Huracán María. Pero si, desde afuera,
devaluaran el dólar virtualmente a unos centavos, ¿no serían acá igual
de inservibles? Es todo secuela de una misma guerra económica en
progreso.
Otras
colas inmensas son igual de visibles cuando los bachaqueros se movilizan
-prevenidos de antemano- para acaparar productos regulados. Los
bachaqueros son principalmente gente humilde que hace largas colas aquí y
allá para comprar y acaparar productos básicos a precios de quemazón.
Mejor que trabajar, hacer estas filas genera mayor rendimiento con la
reventa de los productos a precios de explotación, puro salvajismo
capitalista.
Tras un
fallido intento de Golpe de Estado en el 2002 y la oposición perder
continuamente las elecciones, se acentúa ahora la trinchera de esa
guerra económica. Los precios regulados para alimentos de la cesta
básica son medidas del Estado para asegurar la alimentación. Sin
embargo, el bachaqueo quiebra su finalidad. La hiperinflación es, hoy
por hoy, el arma de destrucción masiva de una intervención externa con
la asistencia de una oligarquía nacional que bombardea las calles
venezolanas con sus estrategias económicas. Las víctimas colaterales son
todos menos aquellos con acceso al dólar que, en el mercado negro,
permite un cambio privilegiado. Si un turista usara su visa para comprar
una cuarta de jamón cocido estaría recibiendo una factura de $36. Mari
hizo el experimento y le costó. No hay turista que resista. Sin embargo,
con el cambio entre cuentas de venezolanos con acceso al dólar la
historia es diferente. Ese jamón habría costado medio dólar. La
oligarquía está privilegiada con la especulación de ‘Dollar Today’
en el mercado ‘negro’. En las tiendas nadie rotula los precios.
Catalizan el robo ‘a mano armada’ elevando los precios de los productos a
capricho. Hoy es uno, mañana otro. Dos, tres, ocho hasta 100 veces más
que el día anterior.
“¿Ves
esta margarina?”, me preguntó Yoaní saliendo al comedor desde la cocina
donde nos preparaba una tradicional arepa venezolana. Era parte del
ritual para completar la etapa de bienvenida. “En octubre pagué 4,000
bolívares. Luego la vi en 11,000 y ahora a finales de año está en
110,000”. A no ser por su peculiar habilidad de hacer cuentos con gran
humor, aquello sería para echarse a llorar.
Se ahoga
a un pueblo entero y se bombardea cualquier esfuerzo del Gobierno para
enfrentar la embestida económica. El último día de 2017, el presidente
Maduro anunció otro aumento de 40% en el salario nacional y ya al día
siguiente se esfumaba con aumentos en las mercancías del sector privado
sin justificación alguna. Parecería como si la intención final de la
oposición fuera que el salario promedio mensual no alcance ni para un
desayuno, apostándole al hambre como ‘chantaje democrático’ para lograr
un cambio de gobierno.
En
contraste, ¿qué define lo ridículo? El precio de la gasolina. Con el
equivalente en bolívares a dos décimas de centavo de dólar fue
suficiente para llenar el tanque con 30 litros de combustible.
Subimos el Cerro Ávila a pie y luego en el teleférico, las escalinatas
del Calvario, andamos tranquilamente las calles de la ciudad, trepamos a
diario el techo de la casa de Yoa y Diego para ver en el paisaje una
ciudad con contrastes entre cerros y colinas sobrevoladas por mandas de
guacamayas. Mientras los cerros albergan los ranchos o favelas, a los
asentamientos de clase media y alta en geografías análogas se les llaman
colinas. Visitamos el Hospital Vargas, donde se iniciaron los
acontecimientos de una novela venezolana por escribir. Vimos la
universidad pública municipalizada con pequeños recintos satélites que
permiten una oportunidad educativa para muchos en más partes del
territorio. Centros de Diagnóstico Integral por doquier y Barrio Adentro
en los cerros marcan una gran diferencia en el acceso a la salud en
comparación con el pasado. Las misiones de miles de médicos cubanos
complementan este esfuerzo que incluye ya una transición para una clase médica nacional venezolana. El ‘gentrification’
que desplaza a la clase media y pobre en muchas partes de Estados
Unidos o Puerto Rico se da allá más bien a la inversa. Se han construido
casi dos millones de nuevas unidades de vivienda en zonas urbanas,
donde los pobres ahora viven al lado de los ricos y alejados de los
cerros. Esto no le gusta a las clases pudientes, como tampoco les gusta
que modernos teleféricos y trenes livianos transporten a su gente desde
las favelas a zonas adyacentes a centros comerciales privilegiados y
otros espacios urbanos. Son muchos los choques que arden en una especie
de herida social que no cicatriza. Pero, ¿por qué no? El choque es
necesario.
Un
proceso de cambio social se ha gestado con las reglas de la democracia
electoral. De pronto, para unos, sus resultados son inválidos por
razones incomprensibles y justificando así una intervención externa.
Afirman que hay que devolver la democracia a Venezuela. ¿A qué se
refieren? ¿Cómo sería Venezuela sin obstrucción externa? ¿Será posible
una reconciliación? Entre dos polos, una respuesta afirmativa parecería
inalcanzable. Por lo pronto, la ruta por delante sigue cuesta arriba
previo a que el encanto de una Venezuela sin guerra reabra de adentro
para afuera y de afuera para dentro. Esta parada sigue pendiente para muchos, yo querré volver antes.