Saturday, February 10, 2018

Madurez



 (Nota de la autora: Nunca fui fanática ni seguidora de Chávez y -la verdad- me está muy bizarro que el socialismo del siglo XXI como le llaman allá siga siendo uno muy paternalista y centrado en un culto a Chávez, que es realmente impresionante en Venezuela. La verdad es que salí con muchas más preguntas de las que revelo en este suspiro de columna. ¿Cómo se diferencia el socialismo del siglo XXI del anterior? ¿Cómo puede ser distinto? En Venezuela se han hecho estas preguntas también y han intentado materializar algunas respuestas. De que Venezuela es víctima de una guerra económica y mediática que amenaza las vidas de millones de personas no hay duda. Ya abundaré un poco más sobre la experiencia en Caracas.  El Mochilero lo hizo en esta crónica. Y de que los procesos revolucionarios tienen muchas fallas pero hay que reconocer sus adelantos sustantivos y ser solidarias si una cree en ellos, tampoco tengo dudas. De que el “proceso” en Venezuela ha redistribuido la riqueza y sacado a millones de personas de la pobreza tampoco hay duda. Esto es un país cuya riqueza jamás estuvo al servicio de la gente de los cerros y favelas. En un país con un historial fratricida de desigualdad y corrupción. Bueno, y ya no sigo porque todo esto es otra columna y me robo el tiro yo misma).

Me cuentan que, al pie de esta columna, nunca faltan los lectores que me instan a “irme” con el señor Maduro a Venezuela. Para que vean que valoro sus sugerencias, les cuento que escribo estas líneas desde la patria de Bolívar. Ya era tiempo de conocer los frutos dulces y amargos de la llamada Revolución Bolivariana o “el proceso”, iniciado hace más de 20 años. 


 “Vas de Guatemala a Guatepeor”, sentenciaban varias amistades antes de mi partida sin lograr amainar mi determinación curiosa. Para hablar de las virtudes y defectos de cualquier proceso de cambios radicales necesitamos el periódico completo y más. Pero en Venezuela vi cómo se han llevado a la vida una serie de datos que llevaba años ojeando: Las políticas redistributivas de la Venezuela bolivariana permitieron reducir la pobreza de 49.4% en 1999 a 32% en 2013. La pobreza extrema se redujo de 21.7% a 9.8%. No lo digo yo. Lo dice el Banco Mundial. Las Naciones Unidas para el desarrollo (PNUD), afirma que durante el Chavismo, el Índice de Desarrollo Humano en Venezuela se mantuvo en constante crecimiento. 

Vi las viviendas dignas, casi 2 millones de ellas ya repartidas a personas muy pobres que perdieron sus casas en los cerros o favelas durante episodios de lluvias. Vi cómo a pesar de la guerra económica y mediática extrema que enfrenta ese país, el gobierno hace un esfuerzo monumental para asegurar la alimentación básica de la población. Vi los centros de salud gratuitos, al mando de 5 mil médicos cubanos. Los teleféricos para que los residentes de los cerros (áreas más pobres de Caracas) puedan incorporarse a la ciudad, algo nunca antes propuesto. La municipalización de la universidad pública por todo el país, incluyendo programas nocturnos para ancianos que nunca habían pisado una. Las “canaimas”, tablets gratuitas para cada estudiante con el fin de reducir la brecha tecnológica. No me alcanzan estas líneas para contar lo visto, lo sentido. Duele la insostenible y provocada hiperinflación que se vive aquí, así como la violenta polarización entre “escuálidos” y “chavistas”. Pero en octubre, el “Chavismo” revalidó ganando 19 de 23 gobernaciones en el País.

Por cierto, antes que me olvide, tienen luz.

Thursday, February 1, 2018

Una parada en Venezuela



Si previo a llegar te cuestionan ‘para qué vas’ y estando allí te cuestionan ‘qué haces aquí’, sabes que has llegado a un lugar diferente en un tiempo especial. 

Llegar a la Gran Caracas representó para mí una parada personal de asuntos por dilucidar con amores ocultos y giros humanos que bien podrían servir para un guión de telenovela venezolana. Ni Diego de Lira, el pasado rey de las promociones de WAPA TV, tendría que invocar mucho de su ingenio para competir por el rating. Pero eso será, en su momento, otro texto. Lo importante fue llegar tras conseguir una complicada visa turística (“Es la política de la reciprocidad”, me explicarían luego) y perder el vuelo de Nochebuena. 

Al mediodía del día de Navidad, junto a María de las Mercedes, tocaría suelo venezolano. Una gigante terminal virtualmente desocupada ya anunciaba el aislamiento que se agudiza de afuera para adentro y de adentro para fuera. Venezuela está en guerra. La confrontación e intervención política reina en una sociedad en transición con polos bien definidos entre chavistas y escuálidos. 
Con el paso de los años, la pobreza disminuye mientras los ricos ya no son la clase privilegiada y de exclusiva protección. En esta marea, la antes meca suramericana del turismo desapareció, al menos por lo pronto, y la riqueza del petróleo ya no está al servicio exclusivo de una minoría privilegiada. Por otro lado, la democracia electoral, con un sistema de votación electrónico incluyendo huella digital para prevenir el fraude, se instauró para garantizar el reclamo popular. Y ese reclamo consecuentemente idealiza a una figura cuyo nombre sustituye al esperado de un ideal. Somos chavistas -como los cristianos a Cristo- afirman y reafirman muchos. El Nuevo Testamento es la Constituyente, donde se esbozan los derechos y las responsabilidades. Ahora hasta el más pobre los conoce y los reclama, un paso de avance. 

Por su parte, los escuálidos o la oposición son como una especie de derecha clasista que no vive feliz en una democracia que no los elige a ellos para gobernar a favor de sus intereses. Y es que los pobres son más y ganan las elecciones sobre los más pudientes que insisten en acaparar la riqueza venezolana. La oposición no parece presentar propuestas ni reformas, sólo plantea derrocar al Estado. No hablan del acceso a la educación, ni a la salud o a la vivienda digna. En su lugar, organizan y subsidian güarimbas callejeras (escaramuzas y violencia) para desestabilizar el País. Pero esta estrategia también parece fracasada, no sin antes costar numerosas bajas: puentes dinamitados, sabotaje de servicios, conflictos entre vecinos, soldados, policías y ciudadanos quemados o asesinados al igual que cientos de modernos autobuses y camiones de mantenimiento eléctrico. Recordar acá en Puerto Rico el pasado 1ro de mayo, cuando una masa muy enojada por el robo público rompió ‘cuatro’ cristales en la zona bancaria trae a la vista la enorme hipocresía e inconsistencia analítica, la manipulación y puritanismo mediático, político y social de los que somos víctimas.
En Caracas, no pisamos cuarto de hotel. La visita tenía incluida una habitación en la casa de Yoaní y Diego. Con su gentileza, vivimos, conocimos, investigamos un pasado y sufrimos la realidad actual. Creo que si fueran ellos los que nos visitaran en Puerto Rico, podrían decir las mismas cosas: “¡Pero Diego, cuidado con los hoyos!”, advertía Yoa a cada vuelta. Qué dirían si manejaran por nuestras carreteras en Puerto Rico, me decía calibrando la hipérbole de su lamentación. Las colas para sacar ‘reales’ de máquinas ATH estériles era pan nuestro de cada día como acá tras el paso del Huracán María. Pero si, desde afuera, devaluaran el dólar virtualmente a unos centavos, ¿no serían acá igual de inservibles? Es todo secuela de una misma guerra económica en progreso.

Otras colas inmensas son igual de visibles cuando los bachaqueros se movilizan -prevenidos de antemano- para acaparar productos regulados. Los bachaqueros son principalmente gente humilde que hace largas colas aquí y allá para comprar y acaparar productos básicos a precios de quemazón. Mejor que trabajar, hacer estas filas genera mayor rendimiento con la reventa de los productos a precios de explotación, puro salvajismo capitalista. 
Tras un fallido intento de Golpe de Estado en el 2002 y la oposición perder continuamente las elecciones, se acentúa ahora la trinchera de esa guerra económica. Los precios regulados para alimentos de la cesta básica son medidas del Estado para asegurar la alimentación. Sin embargo, el bachaqueo quiebra su finalidad. La hiperinflación es, hoy por hoy, el arma de destrucción masiva de una intervención externa con la asistencia de una oligarquía nacional que bombardea las calles venezolanas con sus estrategias económicas. Las víctimas colaterales son todos menos aquellos con acceso al dólar que, en el mercado negro, permite un cambio privilegiado. Si un turista usara su visa para comprar una cuarta de jamón cocido estaría recibiendo una factura de $36. Mari hizo el experimento y le costó. No hay turista que resista. Sin embargo, con el cambio entre cuentas de venezolanos con acceso al dólar la historia es diferente. Ese jamón habría costado medio dólar. La oligarquía está privilegiada con la especulación de ‘Dollar Today’ en el mercado ‘negro’. En las tiendas nadie rotula los precios. Catalizan el robo ‘a mano armada’ elevando los precios de los productos a capricho. Hoy es uno, mañana otro. Dos, tres, ocho hasta 100 veces más que el día anterior. 
“¿Ves esta margarina?”, me preguntó Yoaní saliendo al comedor desde la cocina donde nos preparaba una tradicional arepa venezolana. Era parte del ritual para completar la etapa de bienvenida. “En octubre pagué 4,000 bolívares. Luego la vi en 11,000 y ahora a finales de año está en 110,000”. A no ser por su peculiar habilidad de hacer cuentos con gran humor, aquello sería para echarse a llorar.
Se ahoga a un pueblo entero y se bombardea cualquier esfuerzo del Gobierno para enfrentar la embestida económica. El último día de 2017, el presidente Maduro anunció otro aumento de 40% en el salario nacional y ya al día siguiente se esfumaba con aumentos en las mercancías del sector privado sin justificación alguna. Parecería como si la intención final de la oposición fuera que el salario promedio mensual no alcance ni para un desayuno, apostándole al hambre como ‘chantaje democrático’ para lograr un cambio de gobierno.
   
En contraste, ¿qué define lo ridículo? El precio de la gasolina. Con el equivalente en bolívares a dos décimas de centavo de dólar fue suficiente para llenar el tanque con 30 litros de combustible. Subimos el Cerro Ávila a pie y luego en el teleférico, las escalinatas del Calvario, andamos tranquilamente las calles de la ciudad, trepamos a diario el techo de la casa de Yoa y Diego para ver en el paisaje una ciudad con contrastes entre cerros y colinas sobrevoladas por mandas de guacamayas. Mientras los cerros albergan los ranchos o favelas, a los asentamientos de clase media y alta en geografías análogas se les llaman colinas. Visitamos el Hospital Vargas, donde se iniciaron los acontecimientos de una novela venezolana por escribir. Vimos la universidad pública municipalizada con pequeños recintos satélites que permiten una oportunidad educativa para muchos en más partes del territorio. Centros de Diagnóstico Integral por doquier y Barrio Adentro en los cerros marcan una gran diferencia en el acceso a la salud en comparación con el pasado. Las misiones de miles de médicos cubanos complementan este esfuerzo que incluye ya una transición para una clase médica nacional venezolana. El ‘gentrification’ que desplaza a la clase media y pobre en muchas partes de Estados Unidos o Puerto Rico se da allá más bien a la inversa. Se han construido casi dos millones de nuevas unidades de vivienda en zonas urbanas, donde los pobres ahora viven al lado de los ricos y alejados de los cerros. Esto no le gusta a las clases pudientes, como tampoco les gusta que modernos teleféricos y trenes livianos transporten a su gente desde las favelas a zonas adyacentes a centros comerciales privilegiados y otros espacios urbanos. Son muchos los choques que arden en una especie de herida social que no cicatriza. Pero, ¿por qué no? El choque es necesario.
Un proceso de cambio social se ha gestado con las reglas de la democracia electoral. De pronto, para unos, sus resultados son inválidos por razones incomprensibles y justificando así una intervención externa. Afirman que hay que devolver la democracia a Venezuela. ¿A qué se refieren? ¿Cómo sería Venezuela sin obstrucción externa? ¿Será posible una reconciliación? Entre dos polos, una respuesta afirmativa parecería inalcanzable. Por lo pronto, la ruta por delante sigue cuesta arriba previo a que el encanto de una Venezuela sin guerra reabra de adentro para afuera y de afuera para dentro. Esta parada sigue pendiente para muchos, yo querré volver antes. 

Congo, su lucha anti extractivista y cómo no terminar en la boca de un elefante en la selva africana

Por Arturo Massol Deyá Para llegar al Congo se requiere de un espíritu de despojo verdadero, o sea, deshacerse de los miedos y de las malas...