(Nota de la autora: Nunca fui fanática ni seguidora de Chávez y -la verdad- me está muy bizarro que el socialismo del siglo XXI como le llaman allá siga siendo uno muy paternalista y centrado en un culto a Chávez, que es realmente impresionante en Venezuela. La verdad es que salí con muchas más preguntas de las que revelo en este suspiro de columna. ¿Cómo se diferencia el socialismo del siglo XXI del anterior? ¿Cómo puede ser distinto? En Venezuela se han hecho estas preguntas también y han intentado materializar algunas respuestas. De que Venezuela es víctima de una guerra económica y mediática que amenaza las vidas de millones de personas no hay duda. Ya abundaré un poco más sobre la experiencia en Caracas. El Mochilero lo hizo en esta crónica. Y de que los procesos revolucionarios tienen muchas fallas pero hay que reconocer sus adelantos sustantivos y ser solidarias si una cree en ellos, tampoco tengo dudas. De que el “proceso” en Venezuela ha redistribuido la riqueza y sacado a millones de personas de la pobreza tampoco hay duda. Esto es un país cuya riqueza jamás estuvo al servicio de la gente de los cerros y favelas. En un país con un historial fratricida de desigualdad y corrupción. Bueno, y ya no sigo porque todo esto es otra columna y me robo el tiro yo misma).
Me cuentan que, al pie de esta columna,
nunca faltan los lectores que me instan a “irme” con el señor Maduro a
Venezuela. Para que vean que valoro sus sugerencias, les cuento que
escribo estas líneas desde la patria de Bolívar. Ya era tiempo de
conocer los frutos dulces y amargos de la llamada Revolución Bolivariana
o “el proceso”, iniciado hace más de 20 años.
“Vas de Guatemala a Guatepeor”, sentenciaban varias amistades antes de mi partida sin lograr amainar mi determinación curiosa. Para hablar de las virtudes y defectos de cualquier proceso de
cambios radicales necesitamos el periódico completo y más. Pero en
Venezuela vi cómo se han llevado a la vida una serie de datos que
llevaba años ojeando: Las políticas redistributivas de la Venezuela
bolivariana permitieron reducir la pobreza de 49.4% en 1999 a 32% en
2013. La pobreza extrema se redujo de 21.7% a 9.8%. No lo digo yo. Lo
dice el Banco Mundial. Las Naciones Unidas para el desarrollo (PNUD),
afirma que durante el Chavismo, el Índice de Desarrollo Humano en
Venezuela se mantuvo en constante crecimiento.
Vi las viviendas dignas, casi 2 millones de ellas ya repartidas a
personas muy pobres que perdieron sus casas en los cerros o favelas
durante episodios de lluvias. Vi cómo a pesar de la guerra económica y
mediática extrema que enfrenta ese país, el gobierno hace un esfuerzo
monumental para asegurar la alimentación básica de la población. Vi los
centros de salud gratuitos, al mando de 5 mil médicos cubanos. Los
teleféricos para que los residentes de los cerros (áreas más pobres de
Caracas) puedan incorporarse a la ciudad, algo nunca antes propuesto. La
municipalización de la universidad pública por todo el país, incluyendo
programas nocturnos para ancianos que nunca habían pisado una. Las
“canaimas”, tablets gratuitas para cada estudiante con el fin de reducir
la brecha tecnológica. No me alcanzan estas líneas para contar lo
visto, lo sentido. Duele la insostenible y provocada hiperinflación que
se vive aquí, así como la violenta polarización entre “escuálidos” y
“chavistas”. Pero en octubre, el “Chavismo” revalidó ganando 19 de 23
gobernaciones en el País.
Por cierto, antes que me olvide, tienen luz.
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