Por Mochilero
A mi Mari (Malamañosa), en su cumpleaños cuarenta y poco, con el amor y paciencia de nuestros viajes aquí en la Patria y
por allá en las de otros. No sería ni remotamente igual sin ti.
“Quiero
que los Reyes me traigan un microscopio para ver a estafilococos”, disparó
Mario sin ninguna contemplación. El joven no pesa 60 libras ni mojado con todo
y ropa. Tiene 11 años y aún no alcanza los cinco pies de altura.
No
lo dijo por facilitar una conversación entre extraños, lo acababa de conocer y
ni idea tenía de que enseño Microbiología en la Universidad de Puerto Rico.
José María y Teresa tampoco conocen a estafilococos. Nos acogieron a ciegas, a
Mari y a mí, por unos días en el barrio granadino del Realejo. No entienden la
obsesión de Mario, solo sé que Teresa estuvo todo el día pre-sísmico de Puerto
Rico allá en el sur de España buscando un microscopio “de verdad”.
No
fue necesario el certificado de buena conducta, tampoco el resumé. Cuando
supieron que iríamos a "Graná", se hizo el puente automático. Era una manera real e
imaginaria para Nadja y Camilo regresar a la ciudad vieja. “Acá los esperáis”
recibimos por un nuevo grupo de WhatsApp al cual me añadieron sin preguntar.
“Pórtate
bien y responde” me advirtió María de las Mercedes, que ya conoce cómo se me
complica interactuar así de la nada. Tampoco tenía los meses de distancia que
necesité al principio de nuestra relación para finalmente hablarle a su hermano
Raúl. “Es que él es del campo” dice ella siempre para explicarlo.
“Lo
importante es disfrutar. No os estresáis, el plan que tenemos es recorrer la
ciudad con vosotros”, nos advirtieron antes de llegar manejando hasta la
estación ferroviaria de Andaluces. Los días previos habrían sido para conocer
Sevilla y los pueblos blancos de Cádiz desde Arcos de la Frontera, Grazalema,
Olvera y hasta el pueblo que nació bajo las rocas de Setenil.
Los próximos días serían para caminar la ciudad, promesa de Reyes cumplida.
Por
un callejón hasta el Lavadero del Celta y de ahí a buscar una ‘caña’ en Carmen
de San Miguel. Ya entrada la noche, subimos por escaleras, calles estrechas y
recovecos hasta la Alhambra, la referencia de esta ciudad, inmensa ciudad-fortaleza árabe que se vislumbra desde casi cualquier lugar y a cualquier hora en Granada. Seguimos bajando por el Callejón de los Chinos, luego la Vereda
de los Tristes nos llevaría a la Taberna del Darro que hace frontera con el Río
de Oro. Tapas, vino y conversación por paradas. En Puerto Rico esto sería
clasificado como chinchorreo, pero sin ‘coche’.
Placitas,
escaleras y más callejones hasta la parte alta del Albaycín sería la ruta
siguiente. Así llegamos a Miradores Carvajales, a San Nicolás, a la Placita de
Aliatar (los caracoles) hasta la Placita del Agua. Adelante, hasta la Puerta de
las Pesas hacia la Plaza de San Miguel para bajar 4,000 pasos de vuelta al
apartamento. La bajada del Albaycín incluyó una parada en la Calle del Beso,
donde nos detuvimos a rendir homenaje a su nombre.
“¿Os
veis la Catedral? Llegáis allí, están los Reyes", diría José María en
algún momento. Se refería a los reyes católicos, preservados en no sé qué, sus
cuerpos en pública exposición.
Mari,
que desconoce a estafilococos, sí anda obsesionada con cementerios y muertos.
Días antes habríamos hecho parada en otra catedral con una estatua al tope de
una estructura musulmana que da vueltas con el viento y donde yacen 200 gramos
de Cristóbal Colón. Así como lee, “¡200 gramos confirmados con prueba de ADN!”.
Para tan poco contenido no sé por qué construyeron un ataúd de tamaño normal.
Dicen allá que, de Valladolid, se llevaron sus restos a Santo Domingo para
luego trasladarlos a Cuba. Finalmente, con su repatriación nos liberamos en
América de sus restos descompuestos por parientes evolutivos de los estafilococos.
¿Los
Reyes? De seguro mi abuelita Ivelina -la colorá de Coabey- habría querido que
hiciera parada allí pero, al conocer que habría que pagarle en euros a la difunta
monarquía, desistimos para seguir a la Fundación García Lorca. La exposición Jardín
desecho estaría en sus últimos días y el
asesinato franquista y la historia del poeta sí eran parada obligada. Había que
verla con Mariano, el hermano filósofo y literato de Teresa, tío, cuidador y
conspirador de Mario. A la salida, subiríamos al Sacromonte. En cada descanso,
parábamos por una ‘caña’ y conversábamos con toda la familia extendida. Al
final del paseo, la vista vale todos los pasos en escalada. Buscamos una cueva
especial en el barrio gitano, donde nos dieron a beber de la bota, por aquello
de mantener ‘viva’ la tradición.
Teresa
es maestra de literatura, José María también. Viven en Ceuta. “Sí, le conseguí
el microscopio”. Desde acá pienso a Mario descubriendo un mundo no evidente al
que solo podemos llegar a través de un viaje óptico con lentes magnificadores
trabajando en conjunto con iluminación. ¿Habrá conocido a la microscópica bacteria
con morfología esférica en arreglo de paquete de uvas? Los estafilococos suelen
causar infecciones en la piel y hasta producir toxinas responsables del
síndrome shock tóxico.
Hay
mucho de valentía en querer conocer de cerca a este microorganismo peligroso.
Espero no crea Mario que podrá observar con ese instrumento al nanométrico
coronavirus, para eso necesitará un costoso microscopio electrónico de decenas
de miles de euros. En ese momento Teresa tendrá que confesarle que los Reyes no
existen, que mejor se dedique a conocer a estreptococos, otra bacteria esférica
con arreglo celular en cadena, algunas de las cuales nos enferman, mientras otras
nos protegen la piel.