Flamenco en laguna próxima a Salar de Uyuni, Bolivia |
Por Mochilero
Es imposible andar por Bolivia sin
pensar en la explotación de los pueblos originarios, las dictaduras y la revolución
social. Su paisaje está lleno de diversidad étnica con comunidades prominentes
de aymaras, quechuas, urus y chipayas, entre muchos rostros no del todo
evidentes para el visitante.
Por muchas razones, es un reto para el
extranjero andar estas tierras. Uno de los determinantes ambientales es su
elevada altura que excede a la menor provocación los 4,000 metros (12,000 pies)
sobre el nivel del mar. Con soroche, repensar el valor medicinal de la hoja de
coca es muy fácil. Pero lo alucinante se apodera inmediatamente con simplemente
abrir los ojos y dejarse maravillar. Por ejemplo, cruzar el Estrecho de Tiquina
para llegar a pueblos del Lago Titicaca es casi un viaje al pasado de nuestro antiguo
ancón del Río Grande de Loíza. No había puente ni carretera, era a través del
agua. La conexión se lograba con un cruce en una plataforma flotante de madera.
En Tiquina cientos de personas en vehículos, autobuses y camiones lo hacen
igual, casi simultáneamente en múltiples plataformas con motor a lo largo de
780 metros, creando la ilusión de un amplio desorden que funciona.
Pero este pueblo está anclado a una historia natural muy predominante.
Poder visitar el pasado a través de una exuberante topografía, caminar como si se
estuviera en otro Planeta, mirarse en el espejo de la Tierra primitiva antes
del origen de la vida misma y caminar hasta el presente es una oportunidad
especial de reflexión en tiempos de cambio climático.
Mientras hace 150 a 55 millones de años
atrás en nuestra región chocaba la placa del Caribe con la de Norteamérica para
dar origen a la Isla de Borikén, debajo de la placa suramericana, la de Nazca
hacía lo propio. Fuertes movimientos sísmicos formarían altos picos de hasta
casi 7,000 metros de altura sobre el nivel del mar, formando largas cadenas de montañas
con extensos valles entre sí: el altiplano. Hoy, la Cordillera de los Andes se
extiende desde Argentina y Chile por Perú, Bolivia, Ecuador, Colombia y parte
de Venezuela a lo largo de 7,240 kilómetros de distancia. Sin duda, la
cordillera más extensa del Planeta.
El altiplano tiene diferentes matices
pero en la remota región del Departamento de Potosí encontramos el
lugar donde la vida se lleva a sus límites. En el proceso geológico de su
formación, grandes extensiones de mar quedaron aisladas y la radiación solar se
encargó de evaporar el agua y concentrar sus sales. ¿El saldo? Múltiples
salares incluyendo el Salar de Uyuni a 3,650 metros sobre el nivel del mar, con
una superficie de 10,582 kilómetros cuadrados. Es decir, allí cabe Puerto Rico
y sobra espacio para acomodar algunas antillas menores. Su plana topografía
blanca alberga la reserva de litio más grande del Planeta. Desde la superficie
hasta 120 metros de profundidad se pueden identificar múltiples capas de sal de
uno a 10 metros cada una, cobijando una reserva de 10,000 millones de toneladas
de sal.
Saturación de sal es un ambiente extremo. Para los seres vivos
mantener el 70% de agua necesario en su interior celular se requiere de
adaptaciones muy específicas. ¿Ausencia de biodiversidad? No. Organismos
halofílicos (amantes de la sal) pueden lograrlo y eso incluye a pocos
crustáceos como Artemia salina,
algunas algas como Dunaliella salina
y diversos microorganismos extremófilos como Halobacterium salinarum. Acá en Puerto Rico, en los salitrales de
Cabo Rojo, podemos apreciar algunos de estos grupos que ayudan a la biología a definir
los límites donde la vida es viable.
En esta vuelta cruzaríamos caminos con María Antonieta, Vladimir y su
familia. Él, dos de sus hijos y su nuera son todos ingenieros civiles
residentes de La Paz. “La pequeña nos salió artista de música de folklor”,
añadió con orgullo antes de brindar por el fin del año. Vladimir y María Antonieta
–esposos– se acompañan en un viaje de vida. Ella
lo conoció en el 1981, mientras participaba en una organización cristiana. “Ver,
juzgar y actuar” eran actos de resistencia y clandestinaje en tiempos de la
dictadura. “Participábamos de movimientos de defensa y reflexión pues la Universidad
estaba cerrada”, contó María Antonieta.
Ahora se juntaban dos boricuas y
cuatro bolivianos por el altiplano. Ya no se era forastero, ahora érase uno más
de la casa como debe ser en un mundo sin fronteras.
El recorrido de 876 kilómetros por
caminos rústicos destapados (Mayagüez y Fajardo están separados por 161 kilómetros
de distancia), nos llevaría del Salar de Uyuni a otros salares, por montañas
cuyos picos todos tienen identidad propia con mezclas de colores únicos. Sin árboles adaptados a ese entorno, domina
el paisaje botánico parchos de paja brava amarilla que no alcanzan ni medio
metro de altura, como si fueran mechones
de cabello implantado. En ocasiones, grupos de vicuñas –un mamífero indomesticable
de la familia de los camellos– se insertan en el desolado paisaje como si
fueran artificialmente colocados por un pintor al óleo. Menos común fue avistar
el zorro andino o el ñandú, que es un tipo de avestruz pequeño que no vuela pero
puede correr hasta 80 kilómetros por hora.
Así, lo biológico en el amplio espacio
está a la merced de un ambiente extremo. Posiblemente en el Bosque La Olimpia en
Adjuntas usted encuentre más biodiversidad que en todo el Departamento del
Potosí combinado. Sin embargo, esa diversidad, como toda, es especial. Además
de los mamíferos, en muchas lagunas saladas de todos los colores abundan
cientos de floridos flamencos de tres especies que se alimentan de algas como Dunaliella y crustáceos como Artemia. Los fotopigmentos de su alimento dotan al ave de su pigmentación rosada.
En estos oasis, otras aves también hacen vida. Cuando estos mosaicos vivos se
insertan en la topografía, el paisaje cobra otro significado. Provoca suspiros,
“gracias a la vida”, cierta incapacidad para controlar esas pequeñas sonrisas
que llevan lágrimas internas por conocer lo afortunados que somos. La vida
conoce de límites, tiene fronteras estrechas y frágiles.
Entre zonas desérticas, volcanes viejos y activos cobran mayor
importancia en marcar la superficie distintiva actual. Los rastros históricos
de pasadas erupciones son evidentes en la dispersión de piedras volcánicas. Cada
espacio, incluyendo las fumarolas y el géiser, es su propia obra de arte. Uno
puede preguntarse: ¿Estamos en Martes? ¿Estamos atrás en el tiempo 4,500
millones de años cuando la Tierra se formó?
En ese entonces no había nadie, y en la ‘sopa de la vida’ donde se
fermentó la primera forma celular, un microorganismo termófilo (amante de las
altas temperaturas) llegó para quedarse. Esa es la verdadera forma ancestral
común de la cual otras formas de vida evolucionarían después. Y es que la vida
es un desafío a la entropía, la ley del desorden. Las formas de vida cambiaron
el rumbo de nuestro Planeta alternando el hábitat con sus acciones para hacerlo
más habitable para otros. Por ejemplo, más tarde evolucionaría la maravilla de
la fotosíntesis en las formas ancestrales de las cianobacterias. Esta nueva
función biológica comenzó a producir oxígeno para todos. Así se redujo el nivel
de CO2 atmosférico, se generó una capa de ozono que reduce estrés
por radiación solar y se generaron alimentos y recursos. Las huellas del origen
de la vida en una Tierra primitiva son visibles hoy en las fumarolas adyacentes
al Volcán del Sol de Mañana en la Reserva de Fauna Andina Eduardo Avaroa en Bolivia
y sirven de recordatorio de un pasado que nos advierte a cuidar lo que tenemos.
¿Nuestras acciones hoy hacen la Tierra más habitable? Una ética y cultura
planetaria es posible cuando entendemos mejor nuestro verdadero pasado.
“¿Ves esa vía del tren?”, señaló
Vladimir. “Va a Chile, por ahí sacan nuestros minerales”. Y qué traen cuando
regresan, pregunté. “Nada, es solo para sacar el plomo y otros metales de la
gran mina de San Cristóbal”.
Sin acceso geopolítico directo al mar,
esta República es sin duda una de las más bendecidas con recursos naturales incluyendo
abundante gas natural, plata, estaño, plomo, bórax, manganeso, aluminio, azufre,
cobre, hierro, zinc, oro y hasta uranio. Son muchos los tipos de complejos químicos
que dominan su entorno montañoso pintado de colores metálicos. La mayoría pasan
como ‘no declarados’ o clandestinos al momento de las compañías multinacionales
‘reportar’ su extracción para ejecutar un pago reducido de regalías al País. Solo
en la zona del Potosí pueden extraerse hasta 40,000 toneladas de estaño al día
mientras la Mina de San Cristóbal se considera como la segunda más grande a
nivel mundial. Entonces, ¿cómo vive un pueblo bendecido con semejante riqueza
natural sumergido en tal nivel de pobreza material? Producen la materia prima
pero se la llevan. No están del todo nacionalizadas, no procesan el metal y por
lo tanto no gozan del valor añadido de los productos derivados. Eso se lo
agencia Japón, Canadá u otro.
“¿Sabes por qué es viable un Evo hoy?”,
continuó el ingeniero civil. “Aunque parezca raro, la participación popular se
promovió durante el neoliberalismo de los 80’s cuando se implantaron los
presupuestos participativos a nivel municipal. Allí la gente empezó a tomar
control de su destino para el bien el País. Desde entonces, la gente de cada
municipio decide en qué gasta su dinero. Raro que nacionalizar el gas domine el
discurso político pero no digan nada de la Mina de San Cristóbal”.
Falta mucho camino en Bolivia. Son
muchas sus posibilidades basadas en grandes riquezas culturales y naturales. La
ética de la Pachamama –la Madre Tierra– donde el ser humano es uno más dentro
de un paisaje mosaico, está inscrita en cada roca. Ese entendimiento es el eje
central de una ética planetaria donde todas las formas de vida contamos, donde
todos estamos vinculados y, por lo tanto, el respeto a la biodiversidad y sus
espacios de vida es tan natural como respirar. La vida en el altiplano es
extrema pero vida preciosa es.
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