Por Mochilero
Cinco años atrás nos juntamos y decidimos que, en lugar de cuatrienios
como hacen los políticos, renovaríamos votos en bloques de cinco:
‘quinquenios’. Estamos en el primero. El tiempo, como medida de la vida, ha
sido intenso en nuestro caso. Desde lo político, hemos ido del Bosque Modelo al
posterriqueño a la libertad para Oscar; sufrir, sobrevivir y responder al
Huracán María, hacer vigilancia ciudadana de la Policía, exigir acceso a la
información; llegando a la insurrección para la independencia energética.
Mientras tanto, también hemos caminado mucho con paradas en la Bogotá de Alejo,
Gina y Eva; La Paz de Evo (a quien vimos bajándose de un auto frente al palacio de gobierno, él y sus “escoltas” en mahones y tenis); los días
en el Altiplano boliviano y el Salar de Uyuni, Cusco, Lima, la Caracas en
crisis, La Habana del abuelo Duque de Estrada; la Santa Clara del Ché; el DF
pre-AMLO, Oaxaca con Nayeli y el Tío Jaime en el Día de los Muertos; un
Michoacán con millones de mariposas monarcas migratorias, la Tijuana y el
desierto de la Rumorosa de Alex; París y todos los muertos que me llevaron a
ver; la despedida de año en Sacre Coeur; Madrid, Salamanca, Lisboa, Sintra,
Marvao, Brotas, el pueblo de 7 personas; San Francisco y los bosques de Redwoods
vecinos de los viñedos de Sonoma; el San Diego que te impulsa a saltar la
frontera hacia el sur, los parques nacionales de Nuevo México, la Filadelfia de
Paula y Andes, Nueva Orleans pos Katrina, una Tenesí incómoda, Atlanta, Boston,
Amherst y sin cuenta los viajes al Nuyol de David, Nayeli, Carlitos, Ramón y
muchas amistades. La lista de paradas es más amplia, aquí y allá y por todas
partes.
Sin embargo, con cada comienzo de año, me pide siempre, ya por quinta
vez, como resolución cuasimatrimonial que vayamos más a la playa. Le repito que
soy animal -mamífero específicamente- de agua dulce, de los bosques de la
montaña. Ella ni se inmuta, me lleva al nivel del mar, a la playa entre la
arena y la sal. Ni me deja resguardarme bajo la sombra de palma alguna, “eso es
peligroso, mi amor, te puede caer un coco encima”. Entonces de aquí un poco surge
esta entrada a nuestro blog Siempre te quieres
ir sobre Panamá y Brasil como destino de este primer quinquenio, de mar a
tierra, entre el agua dulce y salada.
Las Maravillas del Mundo son ¿construídas o naturales?
Comenzamos a nivel del mar para subir 26 metros en tres esclusas
consecutivas y observar los navíos salir desde el Centro de Visitantes de Miraflores
del Océano Pacífico para adentrarse en el agua dulce del Canal de Panamá. Ocho
horas, solo 8, necesitará un enorme buque de Hong Kong lleno de mercancías -el
Yangtze Xing Jin- para atravesar la ruta construida que incluye el lago
artificial de Gatún para entonces descender a través de otras esclusas y
alcanzar el salado Mar Caribe. De ahí a continuar hasta su destino final.
En las mañanas, la travesía favorecida es de sur a norte y, en las
tardes, los barcos que vienen del Caribe hacia el Pacífico. Esta evidente
maravilla de ingeniería mecánica de fluidos transformó la globalización. Su
historia incluye una gran dosis de imperialismo, coloniaje, militarización,
muertes, guerras, invasiones y liberación. No, no fueron los ‘americanos’ los
primeros en iniciar su construcción en territorio para ese entonces aún
colombiano. En el 1880 fueron los franceses, también imperialistas, los que
iniciaron su construcción. Sería la malaria y fiebre amarilla que les pasara
cuota de vida a más de 20,000 trabajadores explotados. Quebraron 9 años más
tarde. Al año siguiente de Estados Unidos ‘ayudar’ a Panamá a separarse de
Colombia (1903), sería el propio Estados Unidos el que retomaría su construcción
con un acuerdo unilateral de dominio del Canal a perpetuidad. En el 1914 y tras
5,600 vidas más, abriría su trayectoria de 82 kilómetros de distancia. El
pueblo panameño, la sangre de sus estudiantes en 1964 y el gobierno del
presidente Omar Torrijos se encargarían de revertir la ‘perpetuidad’ del
acuerdo. En el 1999 se materializó la soberanía panameña de su territorio y la
salida del enorme enclave militar estadounidense.
Con poca o ninguna planificación llegamos a la Estación de Miraflores a
eso de las 8:45AM. La noche antes, saliendo del aeropuerto de Tucumén en una
escala técnica de 20 hrs en la Ciudad de Panamá, nos advirtieron que entre 8:00
y 10:00 de la mañana era la mejor hora para ver los barcos pasar. Llegar allí
es fácil, en taxi o con transporte programado. La entrada al lugar que incluye
un cine, museo, lugares de comida ligera y gradas para observar el paso de los
navíos es de $20.00 por persona (si eres extranjero). Vale la inversión, más si
están pasando barcos en el momento. A Mari le tocó madrugar y cumplió. Luis,
con acento de Rubén Blades, nos esperaba en el lobby del hotel. Serían $70.00
por llevarnos al Canal, luego a las islas ahora conectadas por una carretera
hecha con las rocas del Canal, pasarnos un rato por el casco antiguo, de vuelta
al hotel y luego al aeropuerto un domingo.
Atravesamos las rutas prohibidas para los panameños -hasta el 1999- de
antiguas zonas militares llenas de barracas y edificios de arquitectura militar.
Pasamos la central termoeléctrica y llegamos tras cruzar un estrecho puente elevado
sobre un ‘río’ intermitente para el control del nivel del lago artificial. Allí
disfrutamos de la explicación del proceso mientras el Yangtze Xing Jin -el
último barco de la mañana- entraba a la primera esclusa. Un total de 22
millones de galones de agua dulce son necesarios en promedio para elevar y
luego descender los barcos en el Canal (el paso de cuatro barcos equivale al total
de agua transportada diariamente por el Súpertubo o el equivalente al Lago
Carraizo operando a cabalidad; un promedio de 14 barcos cruzan a diario el
Canal). No hay duda de la maravilla de ingeniería pero la huella ecológica de
su construcción y operación es evidente, no solo en la mega escavación y su periferia
sino también en los lugares donde fueron depositados y se depositan sedimentos
que se dragan rutinariamente para mantener el calado. La cicatriz ecológica de
su construcción parecería sanada con la mirada de un paisaje reaclimatado a la
ahora centenaria realidad. Paradójicamente, esta obra de ingeniería depende de
iniciativas de conservación y protección forestal extremas para que sus extensos
bosques circundantes reduzcan la tasa de sedimentación del Canal y mantengan la
cuenca hidrográfica necesaria para sostener su operación. Sin la naturaleza,
esta maravilla de la ingeniería sería inútil.
Foz do Iguaçu: maravilla natural
Temprano en el proceso de conocernos, Mari supo de mi afán de llegar un día a las Cataratas del Iguazú. “Antes de morir este es uno de los lugares que quiero visitar”, sé que habré dicho con verdadero compromiso en varias ocasiones. Bosques, biodiversidad y mucha agua dulce. Ella, aunque de agua salada, coincidía con esta selección. No es que esté buscando turno ni esté listo para despedirme al más allá, pero desde que estoy con ella he tenido que alargar la lista de lugares por conocer por eso de justificar más tiempo en esta maravilla de Planeta que tenemos y debemos proteger. Tan pronto supo por la página de feisbuk del Mochilero Boricua que los pasajes a Brasil estaban en los $300’s me anunció la noticia de nuestra próxima parada: “decidido, compré los pasajes”.
Foz do Iguaçu es una verdadera maravilla del mundo natural. Es fácil llegar vía aérea desde São Paulo o Río. El Río Iguaçu separa una frontera política imaginaria entre Argentina y Brasil. Un poco después de las cataratas, se encuentra con el Río Paraná donde se junta Paraguay en el hito Tres Fronteras. Desde Foz de Iguaçu estás a menos de 20 minutos en carro de Argentina o Paraguay, lugares que habríamos querido visitar a no ser por la ‘casualidad’ de que Avianca Brasil quebró el día de nuestro vuelo. La atrasada salida alterna desde São Paolo previno que tuviéramos suficiente tiempo para estas escapadas colaterales. Pero eso era secundario, lo fundamental era el encuentro con el agua.
Al almanecer, nos preparamos para un recorrido que nos ocuparía las próximas 6 horas. Caminamos desde el Hotel San Martín unos 600 metros a la entrada del Parque Iguaçu. Llegamos allí unos minutos previo a su apertura a las 9:00AM, por ‘ansiedad mía’ dirá María de las Mercedes. No hay necesidad de pagar ni estar preso de tours, es sencillo ir por cuenta propia y mejor así. Tras pagar una cuota de admisión de $20.00 (si eres extranjero), un autobús interno nos llevaría a través de la reserva natural hasta la zona de las cataratas. En mayo es casi invierno en Sur América y temporada baja de turismo, por eso los vuelos estaban tan económicos. Y aunque los brasileños están muy bien organizados para manejar turismo a gran escala, la baja densidad relativa de la visitación le agregó en ésta y otras instancias muchos beneficios. Tras unos 15 minutos en el autobús desembarcamos en Trilha das Cataratas, donde comenzamos una caminata moderada y siempre panorámica. Bastaba caminar unos metros para el primer suspiro. Por fin el encuentro con la maravilla. Valió la pena cada paso y minuto de una larga travesía, aunque fuera para estar allí un segundo. En ruta pasamos por el Trecho de Naipi y el Mirador Garganta del Diablo, donde el rocío de las cataratas creaba la sensación de una leve lluvia permanente. Suspiro tras suspiro, más suspiros y otros adicionales mientras suspiro escribiendo este recuento de memorias imborrables.
Cerca del 70% de los 2.7 kilómetros de cataratas quedan del lado argentino. Sin embargo, el lado brasileño es la mejor ruta para apreciarlas. Desde una vista panorámica espectacular esté soleado, nublado o lloviendo, hasta una inmersión casi al interior de los chorros o bajar un centenar de escalones para un recorrido en lancha o hacer rafting río abajo con posibilidad de nadar en el Iguaçu. Así haríamos para quedar bautizados en este sacramento.
El complejo de unas 300 cascadas es el punto común tipo embudo del Río Iguaçu que acumuló aguas de una cuenca hidrográfica equivalente a casi siete veces el tamaño de Puerto Rico. Son 1,750 metros cúbicos por segundo de flujo promedio consecuente. Imagínese las aguas del Río Grande de Loíza con las aguas de Arecibo, Guanajibo, La Plata y todas las aguas isleñas sin sacarle gota alguna para las industrias ni los miles de galones para consumo urbano o agrícola, multiplicado por siete en un punto común donde la formación geológica baja repentinamente de nivel hasta por 82 metros. Las cataratas son lo evidente, pero 62,000 kilómetros cuadrados de espesos bosques son el acueducto natural de esta obra de ingeniería planetaria.
Tras Iguaçu, entre agua dulce y sus bosques, me fui rendido con manos arriba a Río de Janeiro. Lo que quieras, Mari, no importa, me adapto a la sal de Copacabana, Ipanema o Leblón. Puedo ahora hasta bailar samba en Pedra do Sal o disfrutar del Museo de Mañana. Desde Santa Teresa fue fácil vivir la ciudad donde la evidencia de la sal y arena era virtualmente inescapable. Aún así, nos la pasamos subiendo y caminando cerros, desde Pao de Açúcar, Corcovado (el Cristo Redentor) o tras caminar una hora subiendo desde una favela hasta alcanzar el tope del Morro Dois Irmaos.
Maravillas naturales, maravillas construidas, maravillas que hacemos de la vida. Un quinquenio amoroso y la promesa de que ‘Siempre nos queremos ir’ juntos por el Mundo.
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